30.4.05

SÓLO ROMA TIENE RAZÓN? - Papa Juan Pablo II

SÓLO ROMA TIENE RAZÓN?

PREGUNTA (de Vittorio Messori)

Volvamos a esos tres niveles de la fe católica, unidos entre sí de modo inseparable, y de los que hablamos en la cuarta pregunta. Entre estas realidades ya señalamos a Dios y a Jesucristo; ahora es el momento de llegar a la Iglesia.
Se ha comprobado que la mayoría de las personas, incluso en Occidente, creen en Dios, o al menos en «algún» Dios. El ateísmo motivado, declarado, ha sido siempre, y parece serlo todavía, un asunto de elite, de intelectuales. En cuanto a creer que ese Dios se haya «encarnado» en Jesús -o al menos «manifestado» de algún modo singular-, también lo creen muchos.
Pero ¿y en la Iglesia? ¿En la Iglesia católica en concreto? Muchos parecen hoy rebelarse ante la pretensión de que sólo en ella haya salvación. Aunque sean cristianos, a veces incluso católicos, son muchos los que se preguntan: ¿Por qué, entre todas las Iglesias cristianas, tiene que ser la católica la única en poseer y enseñar la plenitud del Evangelio?

RESPUESTA

Aquí, en primer lugar, hay que explicar cuál es la doctrina sobre la salvación y sobre la mediación de la salvación, que siempre proviene de Dios. «Uno solo es Dios y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús» (cfr. 1 Timoteo 2,5). «En ningún otro nombre hay salvación» (cfr. Hechos de los Apóstoles 4,12) Por eso es verdad revelada que la salvación está sola y exclusivamente en Cristo. De esta salvación la Iglesia, en cuanto Cuerpo de Cristo, es un simple instrumento. En las primeras palabras de la Lumen gentium, la Constitución conciliar sobre la Iglesia, leemos: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (n. 1). Como pueblo de Dios, la Iglesia es pues al mismo tiempo Cuerpo de Cristo.

El último Concilio explicó con toda profundidad el misterio de la Iglesia: «El Hijo de Dios, uniendo consigo la naturaleza humana y venciendo la muerte con Su muerte y Resurrección, redimió al hombre y lo transformó en una nueva criatura (cfr. Gálatas 6,15; 2 Corintios 5,17). Al comunicar Su Espíritu hace que Sus hermanos, llamados de entre todas las gentes, constituyan Su cuerpo místico» (LG n. 7). Por eso, según la expresión de san Cipriano, la Iglesia universal se presenta como «un pueblo unido bajo la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (De Oratione Dominica, 23). Esta vida, que es la vida de Dios y la vida en Dios, es la realización de la Salvación. El hombre se salva en la Iglesia en cuanto que es introducido en el Misterio trinitario de Dios, es decir, en el misterio de la íntima vida divina.
No se debe entender eso deteniéndose exclusivamente en el aspecto visible de la Iglesia. La Iglesia es más bien un organismo. Esto es lo que expresó san Pablo en su genial intuición del Cuerpo de Cristo (cfr. Colosenses 1,18).


«Así todos nosotros nos convertimos en miembros de ese Cuerpo (cfr. 1 Corintios 12,27) [...], e individualmente somos miembros los unos de los otros (Romanos 12,5) [...] También en la estructura del Cuerpo místico existe una diversidad de miembros y de oficios (1 Corintios 12,11).
Uno es el Espíritu, el cual para la utilidad de la Iglesia distribuye la variedad de sus dones con una magnificencia proporcionada a su riqueza y a la necesidad de los ministerios» (LG n. 7).

Así pues, el Concilio está lejos de proclamar ningún tipo de eclesiocentrismo. El magisterio conciliar es cristocéntrico en todos sus aspectos y, por eso, está profundamente enraizado en el Misterio trinitario. En el centro de la Iglesia se encuentra siempre a Cristo y Su Sacrificio, celebrado, en cierto sentido, sobre el altar de toda la creación, sobre el altar del mundo. Cristo «es engendrado antes que toda criatura» (cfr. Colosenses 1,15), mediante Su Resurrección es también «el primogénito de los que resucitan de entre los muertos» (Colosenses 1,18). En torno a Su Sacrificio redentor se reúne toda la creación, que está madurando sus eternos destinos en Dios. Si tal maduración se obra en el dolor, está, sin embargo, llena de esperanza, como enseña san Pablo en la Carta a los Romanos (cfr. 8,23-24).

En Cristo la Iglesia es católica, es decir, universal. Y no puede ser de otro modo: «En todas las naciones de la tierra está enraizado un único Pueblo de Dios, puesto que de en medio de todas las estirpes ese Pueblo reúne a los ciudadanos de Su Reino, no terreno sino celestial. Todos los fieles dispersos por el mundo se comunican con los demás en el Espíritu Santo, y así "quien habita en Roma sabe que los habitantes de la India son miembros suyos".» Leemos en el mismo documento, uno de los más importantes del Vaticano II: «En virtud de esta catolicidad, cada una de estas partes aporta sus propios dones a las otras partes y a toda la Iglesia, de este modo el todo y cada una de las partes quedan reforzadas, comunicándose cada una con las otras y obrando concordemente para la plenitud de la unidad» (LG n. 13).
En Cristo la Iglesia es, en muchos sentidos, una comunión Su carácter de comunión la hace semejante a la divina comunión trinitaria del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo Gracias a esa comunión, la Iglesia es instrumento de la salvación del hombre. Lleva en sí el misterio del Sacrificio redentor, y del que continuamente se enriquece. Mediante la propia sangre derramada, Jesucristo no cesa de «entrar en el santuario de Dios, después de haber obrado una redención eterna» (cfr. Hebreos 9,12.

Así pues, Cristo es el verdadero autor de la salvación de la humanidad. La Iglesia lo es en tanto en cuanto actúa por Cristo y en Cristo. El Concilio enseña: «El solo Cristo, presente en medio de todos nosotros en Su Cuerpo que es la Iglesia, es el mediador y camino de la salvación, y Él mismo, inculcando expresamente la necesidad de la fe y del bautismo (cfr. Marcos 16,16 y Juan 3,5), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el Bautismo como por una puerta. Por eso no pueden salvarse aquellos hombres que, no ignorando que la Iglesia católica ha sido de Dios, por medio de Jesucristo, fundada como necesaria, no quieran entrar en ella o en ella perseverar» (LG n. 14).
Aquí se inicia la exposición de la enseñanza conciliar sobre la Iglesia como autora de la salvación en Cristo: «Están plenamente incorporados en la sociedad de la Iglesia aquellos que, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan integralmente su organización y todos los medios de salvación en Ella establecidos, y en su cuerpo visible están unidos a Cristo -que la dirige mediante el Sumo Pontífice y los obispos- por los vínculos de la profesión de fe, de los Sacramentos, del régimen eclesiástico y de la Comunión. No se salva, sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, el que, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia con el «cuerpo», pero no con el «corazón». No olviden todos los hijos de la Iglesia que su privilegiada condición no se debe a sus méritos, sino a una especial gracia de Cristo, por la que si no corresponden con el pensamiento, con las palabras y con las obras, no sólo no se salvarán sino que serán más severamente juzgados» (LG n. 14). Pienso que estas palabras del Concilio explican plenamente la dificultad que expresaba su pregunta, aclaran de qué modo la Iglesia es necesaria para la salvación.
El Concilio habla de pertenecer a la Iglesia para los cristianos, y de ordenación a la Iglesia para los no cristianos que creen en Dios, para los hombres de buena voluntad (cfr. LG nn. 15 y 16). Para la salvación, estas dos dimensiones son importantes, y cada una de ellas posee varios grados. Los hombres se salvan mediante la Iglesia, se salvan en la Iglesia, pero siempre se salvan gracias a Cristo. Ámbito de salvación pueden ser también, además de la formal pertenencia, otras formas de ordenación. Pablo VI expone la misma doctrina en Su primera Encíclica Ecclesiam suam, cuando habla de los varios círculos del diálogo de la salvación (cfr. nn. 101-117), que son los mismos que señala el Concilio como ámbitos de pertenencia y de ordenación a la Iglesia. Tal es el sentido genuino de la conocida afirmación: «Fuera de la Iglesia no hay salvación.»
Es difícil no admitir que toda esta doctrina es extremadamente abierta. No puede ser tachada de exclusivismo eclesiológico. Los que se rebelan contra las presuntas pretensiones de la Iglesia católica probablemente no conocen, como deberían, esta enseñanza.

La Iglesia católica se alegra cuando otras comunidades cristianas anuncian con ella el Evangelio, sabiendo que la plenitud de los medios de salvación le han sido confiados a ella. En este contexto debe ser entendido el subsistit de la enseñanza conciliar (cfr. Constitución Lumen gentium, 8; Decreto Unitatis redintegratio, 4).
La Iglesia, precisamente como católica que es, está abierta al diálogo con todos los otros cristianos, con los se-guidores de religiones no cristianas, y también con los hombres de buena voluntad, como acostumbraban a decir Juan XXIII y Pablo VI. Qué significa «hombre de buena vo-luntad» lo explica de modo profundo y convincente la misma Lumen gentium. La Iglesia quiere anunciar el Evange-lio junto con los confesores de Cristo. Quiere señalar la todos el camino de la eterna salvación, los principios de lo vida en Espíritu y verdad.

Permítame que me refiera a los años de mi primera juventud. Recuerdo que, un día, mi padre me dio un libro de oraciones en el que se encontraba la Oración al Espíritu Santo. Me dijo que la rezara cada día. Por eso, desde aquel momento, procuro hacerlo. Entonces comprendí por primera vez qué significan las palabras de Cristo a la samari-tana sobre los verdaderos adoradores de Dios, sobre los que Lo adoran en Espíritu y verdad (cfr. Juan 4,23). Después, en mi camino hubo muchas etapas. Antes de entrar en el seminario, me encontré a un laico llamado Jan Tyra-nowski, que era un verdadero místico. Aquel hombre, que considero un santo, me dio a conocer a los grandes místicos españoles y, especialmente, a san Juan de la Cruz. Aun antes de entrar en el seminario clandestino leía las obras de aquel místico, en particular las poesías. Para poderlo leer en el original estudié la lengua española. Aquélla fue una etapa muy importante de mi vida.

Pienso, sin embargo, que aquí tuvieron un papel esencial las palabras de mi padre, porque me orientaron a que fuera un verdadero adorador de Dios, me orientaron a que procurara pertenecer a Sus verdaderos adoradores, a aquellos que Le adoran en Espíritu y verdad. Encontré la Iglesia como comunidad de salvación. En esta Iglesia encontré mí puesto y mi vocación. Gradualmente, comprendí el significado de la redención obrada por Cristo y, en consecuencia, el significado de los Sacramentos, en particular de la Santa Misa. Comprendí a qué precio hemos sido redimidos. Y todo eso me introdujo aún más profundamente en el misterio de la Iglesia que, en cuanto misterio, tiene una dimensión invisible. Lo ha recordado el Concilio. Este misterio es más grande que la sola estructura visible de la Iglesia y su organización. Estructura y organización sirven al misterio. La Iglesia, como Cuerpo místico de Cristo, penetra en todos y a todos comprende. Sus dimensiones espirituales, místicas, son mucho mayores de cuanto puedan demostrar todas las estadísticas sociológicas.


Fonte: Cruzando el Umbral de la Esperanza - Juan Pablo II

24.4.05

Anglican clergy defect for Catholic Church

Anglican clergy defect for Catholic Church

AM - Tuesday, 23 December , 2003 08:14:55
Reporter: Ben Knight
DAVID HARDAKER: After a year of turmoil and division, the Anglican Church is now losing its clergy to the Catholic Church.

Father William Edebohls, once the Anglican Dean of Ballarat, is now the Assistant Priest at a Catholic church in suburban Melbourne.

Father Edebohls' move reflects discontent among a group of conservative priests. For those priests the crisis began with the Anglican Church's decision to ordain women as priests, and it's grown with the move to do the same with homosexuals.

They say it's caused a 'reclustering' amongst Anglicans, and that some of those clusters may move to make their own reunification with the Catholic Church.

Ben Knight reports.

BEN KNIGHT: Father Bill Edebohls declined to talk to AM about his decision this morning, saying it was a personal matter. But he did confirm that he had become a Catholic priest, and that as a husband and father, he'd been exempted from the rule of celibacy.

While his conversion, or defection, is unusual, he's by no means the only Anglican minister in Australia who feels that the Catholic Church might be more in line with his core beliefs.

DAVID CHISLETT: I think Anglicans like me consider that every couple of days.

BEN KNIGHT: Father David Chislett is the Rector of All Saints Anglican Church in Brisbane and is a close friend of Father Bill Edebohls.

DAVID CHISLETT: People's consciences must not be down, they mustn't be made to believe things that they can't believe, and one of the things that's happened to us over the last 15 years is, as we see it, we're trying to be faithful priests in a church which is drifting away from us.

BEN KNIGHT: What stops you from doing it?

DAVID CHISLETT: We have responsibility for people to whom we minister, we believe that we can't abandon people, we want to have the largest community possible with us, and in my particular parish we want to protect the people that we have and basically not let the liberals take over.

BEN KNIGHT: The liberals, are of course, the small "l" liberal Anglicans who support changes to the church, like the ordination of women and gays.

Those differences have been brought to a head this year by the appointment of gay bishop Gene Robinson in the United States.

In Australia, much of the debating has been done between the liberal Anglicans, mainly in Melbourne, and evangelical Anglicans in Sydney, led by Bishop Peter Jensen.

But David Chislett represents a third cluster in the church, the Anglo-Catholics.

It's a traditional group that's been in favour of reuniting with the Vatican, something which, despite strong progress in the 1970s, is now looking extremely unlikely.

This year, David Chislett made his own trip to Rome to begin what he calls very informal talks, but he says there are others who feel the same.

DAVID CHISLETT: I do think that there'll be others who will go to Rome, yeah, as individuals. Some of us still cling to the vision of a cluster of Anglicans with aspects of Anglican heritage and ethos as a kind of church in full communion with the Holy See.

BEN KNIGHY: Charles Sherlock is an Anglican liberal, and who leads the church's discussions with the Vatican on theology.

He doesn't believe the Anglican Church is leaving people like Bill Edebohls and David Chislett behind, and rejects the labelling of its members.

CHARLES SHERLOCK: Conservative and liberal really aren't the sort of terms that work. I mean, overwhelmingly Australian Christians are conservative theologically because the alternative, stuff like believing in Santa Claus and shopping, is so appalling. And so the differences between us, and there are them, tend to be more on applied issues and sometimes I think they're made to look far bigger than they actually are.

DAVID HARDAKER: Anglican theologian, Charles Sherlock ending Ben Knight's report.

[This is the print version of story http://www.abc.net.au/am/content/2003/s1015188.htm]

Cattolico? No, grazie - Messori

Cattolico? No, grazie

di Vittorio Messori



Si incontrano sempre più spesso atteggiamenti diffamatori nei confronti della Chiesa e della sua storia. Secondo alcuni, non serve reagire. Ma non si può dimenticare il male evitato e il bene seminato nei secoli dalla Chiesa, attraverso la preghiera incessante di generazioni e l’opera di tanti sacerdoti non ricordati dalla "grande storia".
Un giornalista americano che viene a pormi qualche domanda mi dice che, nelle redazioni degli Stati Uniti, sembra passata l’ossessione per la famosa regola delle cinque W (Who? What? When? Where? Why?) alle quali ogni cronista doveva uniformarsi nello scrivere. Adesso, mi rivela il collega, vige negli Usa un’altra norma, talvolta tacita ma spesso esplicita – comunque, ferrea – che è indicata come ABC: è, cioè, All But Catholicism. In italiano: "Tutto, fuorché il cattolicesimo". Anche la lunga, furibonda campagna dei media contro la cosiddetta "pedofilia" (in realtà, pederastia) di membri del clero, non sarebbe che un aspetto di questa sorta di nuovo obbligo di diffamazione.
In quello che è spesso, ormai, un odio anticattolico, si uniscono le avversioni dei liberal agnostici, di certi settori ebraici, di molte logge massoniche, ma anche quelle degli evangelicals, gli aderenti alla setta di un protestantesimo ormai maggioritario ma fuori controllo, spesso delirante nei confronti del "papismo". In effetti, molto dell’ecumenismo praticato oggi nella Chiesa cattolica è affetto da anacronismo: si "dialoga" con le comunità cristiane storiche (luteranesimo, calvinismo, anglicanesimo) che sono ormai esangui, sostituite, soprattutto negli States, da comunità fondamentaliste per le quali il Papato è, e resta, l’Anticristo con il quale ogni avvicinamento è blasfemo. Dunque, la calunnia e l’aggressività contro i Roman Catholics sarebbe meritoria.
Ma c’è un’altra aggressiva "apologetica" che pervade oggi l’Occidente: è quella dell’islamismo, interessato a svalutare il cristianesimo (e, soprattutto quel cattolicesimo con il quale si scontrò per secoli) per mostrare la superiorità del messaggio portato da Muhammad, ultimo e definitivo profeta.
Sta di fatto che è ritornato alla grande il consueto rosario di accuse contro una bimillenaria vicenda ecclesiale che avrebbe reso più gravosa la sorte dell’umanità, invece di alleviarla. La "macchina da guerra" montata dagli illuministi europei del Settecento per "schiacciare l’Infame" (cioè la Chiesa) è ora manovrata da molte forze, antiche e al contempo nuove. Tanto che, come mostrano certe inchieste recenti, sono i cristiani a essere oggi il gruppo umano più diffamato e, spesso, più perseguitato.
Come reagire? Secondo alcuni, soprattutto teologi, astenendosi proprio da ogni reazione, in quanto la verità non avrebbe bisogno di difesa e finirebbe con l’imporsi da sola. Anche da qui, per questi cattolici, il rifiuto di ogni "apologetica": l’abbandono cioè di un atteggiamento di spiegazione, chiarimento, confronto, arringa, che pure comincia con la Chiesa stessa. Forse pochi ricordano che la prima "Apologia" cristiana di cui abbiamo notizia risale all’anno 126 e fu presentata all’imperatore Adriano in visita ad Atene dal santo vescovo della città, Quadrato. Dai cenni che possediamo di quell’opera, sappiamo che in essa non solo si mostrava la ragionevolezza della fede in Gesù come Messia, ma si difendeva anche la comunità cristiana dalle accuse pagane ed ebraiche. Insomma, un vero e proprio trattato di apologetica, capostipite di quelli che sono arrivati sin quasi a noi, quando qualcuno ha cominciato a dubitare della validità di strumenti come questi, pur così consacrati dalla Tradizione più antica.
Comunque, lasciamo pur da parte ogni considerazione sullo slogan secondo il quale "la verità non ha bisogno di difesa", slogan che, tra l’altro, contraddice il Vangelo, pieno di botte e risposte tra il Cristo e i suoi antagonisti; e, ancor più, contraddice il resto del Nuovo Testamento, dagli Atti degli Apostoli alle Lettere di Paolo, dove i discepoli di Gesù si affaticano, tutti, in dispute con attacchi e difese. Convinti di possedere la verità, erano pure convinti che Dio stesso aveva voluto affidarla agli uomini perché ne annunciassero lo splendore e, se del caso, anche la difendessero da calunnie, fraintendimenti, equivoci.
Lasciamo, comunque, da parte e osserviamo, piuttosto, che oggi anche molti cattolici sono convinti che la "verità" sulla Chiesa e la sua storia sia proprio quella raccontata, anzi gridata con livore, dai suoi contestatori. Questi ultimi, dunque, non sarebbero calunniatori ma, al contrario, svolgerebbero un ruolo provvidenziale per ricordare ai cattolici le molte magagne, se non le infamie, di cui sarebbe pieno il loro passato e di cui dovrebbero di continuo chiedere scusa.
Per carità: non abbiamo alcuna intenzione di entrare qui nel merito di quelle accuse. È un lavoro di confronto con la storia e con i suoi documenti che, per quanto conta, già abbiamo fatto e che almeno stavolta non intendiamo riprendere. Qui, invece, vorremmo osservare che tanti sono coloro che fanno arcigni esami alla Chiesa per ciò che ha – o avrebbe fatto – di male. Ma praticamente nessuno si chiede mai quanto male la Chiesa abbia evitato. Non ci stancheremo di ripeterlo: il vero bilancio della comunità ecclesiale può farlo Dio solo; agli uomini sarà chiaro (forse) soltanto alla fine della storia, quando tutto sarà svelato.
Mi ha sempre commosso quanto si racconta di san Luigi, re di Francia, che guidò due crociate, finendo col lasciarvi la vita. Dirigendosi una volta verso la Terra Santa, la sua nave incappò in una terribile tempesta, tanto che i marinai lasciarono i comandi, rassegnati, giudicando che tutto era ormai perduto. Ma re Luigi gridò loro, nell’oscurità di quella terribile notte: "Resistete ancora un poco, perché tra non molto tutti i monaci della cristianità si alzeranno per cantare il mattutino e noi saremo salvi!". Non occorre esser santi, basta essere cristiani per capire che l’oceano di preghiera che in venti secoli di fede non ha mai smesso di salire al Cielo non può non avere avuto effetti misteriosi e al contempo decisivi per la storia dei singoli uomini e per quella di tutta l’umanità.
Visto che accennavamo a monaci: non è sbagliato, naturalmente, anzi risponde a una verità oggettiva, l’argomento "apologetico" secondo il quale la loro attività sarebbe stata benefica per la società. Bonifica di paludi, tecniche agrarie, salvataggio di antichi manoscritti, istituzione di scuole, incremento delle arti e così via: lungo sarebbe l’elenco dei benefici "materiali" portati da quei religiosi.
Ma questa loro attività non è che secondaria rispetto al beneficio vero, che gli uomini possono solo intuire ma non conoscere: l’opus Dei, il servizio divino, la preghiera di lode e di impetrazione che non ha mai smesso di risuonare nei monasteri, nelle abbazie, nei conventi. Che cosa ha ottenuto, che cosa ha evitato nei secoli la preghiera di tutti i "dannosi" cattolici, non soltanto quella dei consacrati? Che valore infinito, in ogni caso incalcolabile da noi, hanno avuto, e hanno, i miliardi di messe celebrate? Che cosa hanno rappresentato venti secoli di ascesi, di penitenze, di sacrifici offerti per amore di Dio? Bisogna essere chiari: non è lecito stilare alcun bilancio senza mettere in conto questa, che è la "voce" principale da segnare all’attivo. Ma, ancora: tra le accuse alla Chiesa, oggi, non manca quella che riguarda la confessione individuale, auricolare, segreta. Si parla di un dominio sulle coscienze, come se questo rappresentasse sempre e comunque un male.
Ma che dire di un "dominio" spirituale come questo che ha evitato una quantità di male che – lo ripetiamo ancora una volta – Dio solo conosce? Chi, tra gli uomini, è in grado di sapere quanti omicidi, suicidi, furti, disonestà di ogni tipo, adulteri, menzogne – e chi più ne ha più ne metta – sono stati sventati nella penombra del confessionale da un uomo, da un sacerdote, chiamato a essere strumento per ricordare la legge evangelica, per ammonire, per stornare dal peccato oltre che per assolvere da esso? Ma, oltre a questo, chi può calcolare la consolazione donata a infiniti cuori dalla pastorale cattolica, con i suoi sacramenti?
Facile condannare, nel passato della Chiesa, i gerarchi clericali ricchi e ambiziosi, i cardinali cinici con i loro strascichi di porpora. Ma per innumerevoli, oscure generazioni, in oscure campagne, quanto bene è stato fatto e ancor più quanto male è stato evitato da oscuri parroci, con il loro impegno quotidiano, poveri tra i poveri e al contempo ricchi di un messaggio che ha aiutato le moltitudini a vivere e a morire?
Esistono, e sono spesso voluminose e accurate, delle storie di quell’antica e straordinaria istituzione che è la parrocchia. Ma nessuna storia potrà mai dire che cos’abbia davvero significato questo "presidio" ininterrotto per secoli, capillare, della Chiesa tra la gente e per la gente, dagli ultimi nella scala umana sino ai grandi del mondo. Un significato enorme sul piano sociale: ma ancor più, anzi inestimabile, sul piano invisibile agli occhi degli uomini e noto soltanto al Padrone della messe. Insomma: in questo clima di rinnovata aggressione (pur spesso ammantata, almeno in Europa – e finché dura – da proclami di tolleranza di cui sospettare) continuiamo pure ad ascoltare e a vagliare le voci del mondo che di tante cose ci accusano. Ma non dimentichiamo mai che, a queste voci, spesso infondate, sfugge soprattutto quanto davvero importa sul gran libro dell’attivo e del passivo che sarà aperto e svelato quando sarà il momento del bilancio finale.

Vittorio Messori

Per secoli i monaci hanno tenuto vivo il servizio divino per eccellenza: la preghiera, i cui effetti sulla storia non sono sempre misurabili. La moderna polemica anticattolica ha spesso toni fortemente ideologici. Un nuovo e agguerrito filone "apologetico" anticattolico proviene dall’islam e dalla sua pretesa superiorità verso il cristianesimo.
© Jesus - Anno XXIV - N. 8 - agosto 2002

Ormai si estende in tutto il mondo la caccia ai cristiani

Ormai si estende in tutto il mondo la caccia ai cristiani
di Antonio Socci

Dall'America Latina ai Balcani, dall'Africa all’Asia, sacerdoti e suore Vengono uccisi da chi non ammette la tolleranza religiosa. La situazione più drammatica nel Sudan: dal 1965 gli islamici si accaniscono su chi crede nei Vangeli e non nel Corano.
A vedere i volti e le storie dei cristiani martirizzati nel corso del 2000 nel mondo, stupisce innanzitutto la normalità di questi uomini e donne. E la semplicità con cui - vivendo inermi in zone così pericolose - hanno messo in conto la possibilità di essere ammazzati, spesso selvaggiamente per la loro fede. Senza per questo sentirsi degli eroi, né cercare i riflettori. Danno se stessi all'insaputa del mondo intero. Una gratuità che riempie di meraviglia, che sembra un miracolo e forse lo è. Sono migliaia anche i missionari che vivono così, e spesso sono italiani: ne conosciamo tutti qualcuno e sappiamo che sono persone normalissime. Anzi, è gente concreta (talora medici, insegnanti, artigiani, ingegneri, semplici catechisti, suore), con i piedi piantati per terra. Non hanno la testa sulle nuvole ideologiche, infatti spesso tornano nelle nostre città per cercare soldi per le opere che mettono in piedi ospedali, acquedotti, orfanotrofi, scuole.
Non fanno tutto questo per vaga filantropia o per rappresentare «l'agenzia etica» del mondo. Una volta il giornalista, seguendo Madre Teresa mentre visitava uno dei suoi lazzaretti e abbracciava e baciava le poveri carni putrefatte di quei moribondi raccattati nella spazzatura, sbottò disgustato: «Io non bacerei uno così neanche per tutto loro del mondo». «Neanche io», gli rispose dolcemente la suora..
Sempre a Madre Teresa un giornalista televisivo, durante un’intervista, chiese: «Ma perché vi interessate di tutti questi poveracci, spesso sono ripugnanti...». «Per Gesù. Noi amiamo Gesù» gli rispose lei. «Ma come» riprese quello «non lo fate per compassione, per pietà?». «No, è per il Signore» spiega la suora «allora questa compassione diviene grande come l'ha avuta Lui, per noi, per tutti gli uomini…».
«Per Gesù» danno la vita e talora muoiono. Così ogni anno, a gennaio, stiliamo l'elenco dei martiri. In questi anni sono in aumento. E non sono inermi solo per l'incolumità personale, ma anche per l'impossibilità di difendersi da accuse e calunnie. Come disse il Papa durante la celebrazione al Colosseo, spesso i loro nomi restano sconosciuti perché «infangati» dai loro persecutori e «occultati» dai carnefici.
Una condizione di debolezza che è anche della Chiesa la quale spesso viene coperta di accuse e di insulti solo perché ricorda i suoi figli uccisi per la fede (è accaduto qualche mese fa per i martiri cinesi, ingiuriati dal regime di Pechino: la Santa Sede dovette quasi giustificarsi).
Se la Chiesa si azzarda ad accennare alla triste sorte dei cristiani nei regimi islamici, immediatamente si alza un coro scandalizzato di giornali e intellettuali che l’accusano di intolleranza e di razzismo. Così le vittime sono trattate da carnefici e viceversa. Ed è la normalità. Il massacro di cristiani non fa neanche notizia. Alle Molucche qualche mese fa è affondata una nave carica di 500 cristiani in fuga dalle violenze delle milizie musulmane. Quasi tutti morti. Ma non erano degni dell’attenzione dei giornali, dei politici e degli intellettuali italiani che nelle stesse settimane stavano tuonando contro il cardinal Biffi per aver egli parlato delle persecuzioni musulmane contro i cristiani.
In queste settimane l'agenzia missionaria Misna denuncia l’islamizzazione forzata delle Molucche. Oltre mille cristiani nelle isole di Keswi e Teor sono stati costretti a rinnegare la loro fede e ad abbracciare l'Islam: centinaia di uomini sono stati circoncisi a forza con rasoi e le donne sono state infibulate. Ieri l'agenzia Misna ha riferito il caso di una ragazza cristiana che è stata ammazzata essersi opposta a un matrimonio forzato con un musulmano (che implicava la «conversione»).
Ma nessuno ne farà un «caso Rushdie».
Perché i cristiani sono inermi e senza voce. E la Chiesa deve guardarsi dal dirlo per non essere accusata di vittimismo, sospettata di intolleranza o di voler fare crociate ideologiche. Una banale vulgata giornalistica - specialmente in questo Anno Santo - rappresenta la Chiesa come una potenza trionfante e addirittura opprimente.
É vero il contrario. Perfino le iniziative diplomatiche internazionali che sono state intraprese dal Santo Padre per il grande Giubileo del duemila, in difesa dei più sofferenti, dimenticati da tutti, come ha osservato ieri Pierluigi Battista sulla Stampa, alla fine sono state clamorosamente snobbate. Segno che all'omaggio formale da parte del governo e dei media corrisponde poi una sostanziale indifferenza, quando non un'aperta ostilità. Contrariamente alle apparenze, la Chiesa non è mai stata così debole e insignificante.
Anche l'iniziativa vaticana per la pace in Medio Oriente è destinata all'insuccesso. La Chiesa non riesce neanche ad aiutare i cristiani della Terra Santa che sempre più si sentono costretti a emigrare. «Noi cristiani, perché non abbiamo voce?», chiedeva ieri padre Giovanni Battistellì, responsabile della Custodia di Terrasanta in un'intervista alla Stampa (basta ricordare l'umiliante provocazione della moschea che si vuole costruire per forza a ridosso dei luoghi santi di Nazareth). Eppure la Chiesa e il Papa tendono la mano, suggeriscono dialogo, si prodigano per la pace dovunque e per l'aiuto a chiunque.
Tutto il secolo che si chiude ha visto la Chiesa inascoltata e sempre più minoritaria. É stato, come si sa, un secolo di orrendi genocidi: degli ebrei si è tentata addirittura l'eliminazione totale. In questo inferno si è consumato anche un grande martirio dei cristiani. Il Papa ha dichiarato che mai nella storia era stato sparso tanto sangue di cristiani per la loro fede. È una tragedia pressoché sconosciuta.
Comincia già nell'anno 1900 quando sulle missioni della Cina si abbatte una violenta persecuzione, con l'insurrezione dei "Boxers". L'editto dello luglio 1900, dell'imperatrice Tse-Hsi, contro i missionari provocò stragi di cristiani e in seguito persecuzioni. Martiri anche nelle Filippine e in Spagna nel 1904, a Valencia. Nel 1915 lo sterminio degli armeni, popolo cristiano inviso al regime turco, apre l'elenco orrendo dei genocidi del XX secolo: 2 milioni di persone macellate e 300mila esuli.
Nel 1924 una rivoluzione di anticlericali in Brasile determinò anch'essa persecuzioni e martiri.
In Messico una terribile persecuzione, con centinaia di martiri, durerà dalla Rivoluzione del 1911 fino agli anni '40. «In Spagna» ricorda l'agenzia Fides «la persecuzione della seconda Repubblica (1931-1939) provocò il maggior olocausto cristiano di sacerdoti e religiosi dai tempi dell'impero Romano, superiore per crudeltà e per vittime alla Rivoluzione francese: 13 vescovi, 4.184 sacerdoti del clero secolare, 2.365 religiosi, 283 religiose, per un totale di 6.832 persone consacrare, senza contare le migliaia di laici e laiche».
Poi naturalmente arriva la furia del nazismo e del comunismo e qui il lago di sangue diventa un oceano immenso. Come si legge nel terzo segreto di Fatima che è stato reso noto l'anno scorso. In Africa l'elenco dei martiri del XX secolo è lunghissimo. Ma forse il caso più terribile è quello del Sudan, dove la persecuzione islamica va avanti dal 1956 ed è tuttora in corso: 2 milioni di vittime, uomini, donne e bambini e «la stragrande maggioranza non sono ribelli, ma civili colpevoli solo di non pensarla come gli islamici del regime». Così scriveva il New York Times, chiedendosi «chissà perché nessuno si ricorda del Sudan», mentre «tutti i leader mondiali celebrano con grande solennità la dichiarazione dei diritti dell'uomo».
Nonostante tutto questo la Chiesa non fa del vittimismo, né rivendica ragioni polemiche. Anzi, il gesto più clamoroso di questo Giubileo diceva il contrario: il Papa si è messo in ginocchio chiedendo perdono (unilaterale) per le colpe di tutti i cristiani che hanno commesso crimini o sono stati complici. Perché era giusto. Ma anche per dire che «a nulla fuorché a Gesù il cristiano è attaccato». La Chiesa è sembrata inerme, ancora una volta, e ha commosso. Ma forse proprio nella sua debolezza emerge la sua forza.
© Il Giornale, 03 gennaio 2001

Fonte: http://www.kattoliko.it/leggendanera/persecuzioni.htm (24.4.2005)

Why I Am A Catholic by Chesterton

Why I Am A Catholic
By G. K. Chesterton

Em português no endereço http://www.veritatis.com.br/artigo.asp?pubid=1924

From Twelve Modern Apostles and Their Creeds (1926)


The difficulty of explaining "why I am a Catholic" is that there are ten thousand reasons all amounting to one reason: that Catholicism is true. I could fill all my space with separate sentences each beginning with the words, "It is the only thing that . . ." As, for instance, (1) It is the only thing that really prevents a sin from being a secret. (2) It is the only thing in which the superior cannot be superior; in the sense of supercilious. (3) It is the only thing that frees a man from the degrading slavery of being a child of his age. (4) It is the only thing that talks as if it were the truth; as if it were a real messenger refusing to tamper with a real message. (5) It is the only type of Christianity that really contains every type of man; even the respectable man. (6) It is the only large attempt to change the world from the inside; working through wills and not laws; and so on.
Or I might treat the matter personally and describe my own conversion; but I happen to have a strong feeling that this method makes the business look much smaller than it really is. Numbers of
much better men have been sincerely converted to much worse religions. I would much prefer to attempt to say here of the Catholic Church precisely the things that cannot be said even of its very
respectable rivals. In short, I would say chiefly of the Catholic Church that it is catholic. I would rather try to suggest that it is not only larger than me, but larger than anything in the world; that it is
indeed larger than the world. But since in this short space I can only take a section, I will consider it in its capacity of a guardian of the truth.
The other day a well-known writer, otherwise quite well-informed, said that the Catholic Church is always the enemy of new ideas. It probably did not occur to him that his own remark was not exactly in the nature of a new idea. It is one of the notions that Catholics have to be continually refuting, because it is such a very old idea. Indeed, those who complain that Catholicism cannot say anything new, seldom think it necessary to say anything new about Catholicism. As a matter of fact, a real study of history will show it to be curiously contrary to the fact. In so far as the ideas really are ideas, and in so far as any such ideas can be new, Catholics have continually suffered through supporting them when they were really new; when they were much too new to find any other support. The Catholic was not only first in the field but alone in the field; and there was as yet nobody to understand what he had found there.
Thus, for instance, nearly two hundred years before the Declaration of Independence and the French Revolution, in an age devoted to the pride and praise of princes, Cardinal Bellarmine and Suarez the Spaniard laid down lucidly the whole theory of real democracy. But in that age of Divine Right they only produced the impression of being sophistical and sanguinary Jesuits, creeping about with daggers to effect the murder of kings. So, again, the Casuists of the Catholic schools said all that can really be said for the problem plays and problem novels of our own time, two hundred years before they were written. They said that there really are problems of moral conduct; but they had the misfortune to say it two hundred years too soon. In a time of tub-thumping fanaticism and free and easy vituperation, they merely got themselves called liars and shufflers for being psychologists before psychology was the fashion. It would be easy to give any number of other examples down to the present day, and the case of ideas that are still too new to be understood. There are passages in Pope Leo's [Also known as
, released in 1891] which are only now beginning to be used as hints for social movements much newer than socialism. And when Mr. Belloc wrote about the Servile State, he advanced an economic theory so original that hardly anybody has yet realized what it is. A few centuries hence, other people will probably repeat it, and repeat it wrong. And then, if Catholics object, their protest will be easily explained by the well-known fact that Catholics never care for new ideas.
Nevertheless, the man who made that remark about Catholics meant something; and it is only fair to him to understand it rather more clearly than he stated it. What he meant was that, in the modern
world, the Catholic Church is in fact the enemy of many influential fashions; most of which still claim to be new, though many of them are beginning to be a little stale. In other words, in so far as he meant that the Church often attacks what the world at any given moment supports, he was perfectly right . The Church does often set herself against the fashion of this world that passes away; and she has experience enough to know how very rapidly it does pass away. But to understand exactly what is involved, it is necessary to take a rather larger view and consider the ultimate nature of the ideas in question, to consider, so to speak, the idea of the idea.
Nine out of ten of what we call new ideas are simply old mistakes. The Catholic Church has for one of her chief duties that of preventing people from making those old mistakes; from making them over and over again forever, as people always do if they are left to themselves. The truth about the Catholic attitude towards heresy, or as some would say, towards liberty, can best be expressed perhaps by the metaphor of a map. The Catholic Church carries a sort of map of the mind which looks like the map of a maze, but which is in fact a guide to the maze. It has been compiled from knowledge which, even considered as human knowledge, is quite without any human parallel.
There is no other case of one continuous intelligent institution that has been thinking about thinking for two thousand years. Its experience naturally covers nearly all experiences; and especially
nearly all errors. The result is a map in which all the blind alleys and bad roads are clearly marked, all the ways that have been shown to be worthless by the best of all evidence: the evidence of those who have gone down them.
On this map of the mind the errors are marked as exceptions. The greater part of it consists of playgrounds and happy hunting-fields, where the mind may have as much liberty as it likes; not to mention any number of intellectual battle-fields in which the battle is indefinitely open and undecided. But it does definitely take the responsibility of marking certain roads as leading nowhere or leading to destruction, to a blank wall, or a sheer precipice. By this means, it does prevent men from wasting their time or losing their lives upon paths that have been found futile or disastrous again and again in the past, but which might otherwise entrap travelers again and again in the future. The Church does make herself responsible for warning her people against these; and upon these the real issue of the case depends. She does dogmatically defend humanity from its worst foes, those hoary and horrible and devouring monsters of the old mistakes. Now all these false issues have a way of looking quite fresh, especially to a fresh generation. Their first statement always sounds harmless and plausible. I will give only two examples. It sounds harmless to say, as most modern people have said: "Actions are only wrong if they are bad for society." Follow it out, and sooner or later you will have the inhumanity of a hive or a heathen city, establishing slavery as the cheapest and most certain means of production, torturing the slaves for evidence because the individual is nothing to the State, declaring that an innocent man must die for the people, as
did the murderers of Christ. Then, perhaps, you will go back to Catholic definitions, and find that the Church, while she also says it is our duty to work for society, says other things also which forbid individual injustice. Or again, it sounds quite pious to say, "Our moral conflict should end with a victory of the spiritual over the material." Follow it out, and you may end in the madness of the Manicheans, saying that a suicide is good because it is a sacrifice, that a sexual perversion is good because it produces no life, that the devil made the sun and moon because they are material. Then you may begin to guess why Catholicism insists that there are evil spirits as well as good; and that materials also may be sacred, as in the Incarnation or the Mass, in the sacrament of marriage or the resurrection of the body.
Now there is no other corporate mind in the world that is thus on the watch to prevent minds from going wrong. The policeman comes too late, when he tries to prevent men from going wrong. The doctor comes too late, for he only comes to lock up a madman, not to advise a sane man on how not to go mad. And all other sects and schools are inadequate for the purpose. This is not because each of them may not contain a truth, but precisely because each of them does contain a
truth; and is content to contain a truth. None of the others really pretends to contain the truth. None of the others, that is, really pretends to be looking out in all directions at once. The Church is not
merely armed against the heresies of the past or even of the present, but equally against those of the future, that may be the exact opposite of those of the present. Catholicism is not ritualism; it may in the future be fighting some sort of superstitious and idolatrous exaggeration of ritual. Catholicism is not asceticism; it has again and again in the past repressed fanatical and cruel exaggerations of
asceticism. Catholicism is not mere mysticism; it is even now defending human reason against the mere mysticism of the Pragmatists. Thus, when the world went Puritan in the seventeenth century, the Church was charged with pushing charity to the point of sophistry, with making everything easy with the laxity of the confessional. Now that the world is not going Puritan but Pagan, it is the Church that is everywhere protesting against a Pagan laxity in dress or manners. It is doing what the Puritans wanted done when it is really wanted. In all probability, all that is best in Protestantism will only survive in Catholicism; and in that sense all Catholics will still be Puritans when all Puritans are Pagans.
Thus, for instance, Catholicism, in a sense little understood, stands outside a quarrel like that of Darwinism at Dayton. It stands outside it because it stands all around it, as a house stands all around two incongruous pieces of furniture. It is no sectarian boast to say it is before and after and beyond all these things in all directions. It is impartial in a fight between the Fundamentalist and the theory of the Origin of Species, because it goes back to an origin before that Origin; because it is more fundamental than Fundamentalism. It knows where the Bible came from. It also knows where most of the theories of Evolution go to. It knows there were many other Gospels
besides the Four Gospels, and that the others were only eliminated by the authority of the Catholic Church. It knows there are many other evolutionary theories besides the Darwinian theory; and that the latter is quite likely to be eliminated by later science. It does not, in the conventional phrase, accept the conclusions of science, for the simple reason that science has not concluded. To conclude is to shut up; and the man of science is not at all likely to shut up. It does not, in the
conventional phrase, believe what the Bible says, for the simple reason that the Bible does not say anything. You cannot put a book in the witness-box and ask it what it really means. The Fundamentalist controversy itself destroys Fundamentalism. The Bible by itself cannot be a basis of agreement when it is a cause of disagreement; it cannot be the common ground of Christians when some take it allegorically and some literally. The Catholic refers it to something that can say something, to the living, consistent, and continuous mind of which I have spoken; the highest mind of man guided by God.
Every moment increases for us the moral necessity for such an immortal mind. We must have something that will hold the four corners of the world still, while we make our social experiments or build our Utopias. For instance, we must have a final agreement, if only on the truism of human brotherhood, that will resist some reaction of human brutality. Nothing is more likely just now than that the corruption of representative government will lead to the rich breaking loose altogether, and trampling on all the traditions of equality with mere pagan pride. We must have the truisms everywhere recognized as true. We must prevent mere reaction and the dreary repetition of the old mistakes. We must make the intellectual world safe for democracy. But in the conditions of modern mental anarchy, neither that nor any other ideal is safe. Just as Protestants appealed from priests to the Bible, and did not realize that the Bible also could be questioned, so republicans appealed from kings to the people, and did not realize that the people also could be defied. There is no end to
the dissolution of ideas, the destruction of all tests of truth, that has become possible since men abandoned the attempt to keep a central and civilized Truth, to contain all truths and trace out and refute all errors. Since then, each group has taken one truth at a time and spent the time in turning it into a falsehood. We have had nothing but movements; or in other words, monomanias. But the Church is not a movement but a meeting-place; the trysting-place of all the truths in the world.

Dire male del Papa, ultimo sport d’America



Dire male del Papa, ultimo sport d’America

DAL NOSTRO CORRISPONDENTE Ennio Caretto

WASHINGTON


- Philip Jenkins è docente di storia e di religione a Penn state,
l'università della Pennsylvania, ed è autore di libri che
innescano accesi dibattiti: tra di essi, Pedofili e preti e La
nuova cristianità
, di prossima pubblicazione in Italia. Ma con
la sua opera più recente, Il nuovo anticattolicesimo: l'ultimo
pregiudizio accettabile
, Jenkins ha suscitato una controversia
senza precedenti. In una minuziosa disanima dei media, della
politica e delle arti americani, lo storico, un inglese
episcopaliano, dimostra che la Chiesa cattolica in America è spesso
considerata «un nemico pubblico», e ridotta «a uno stereotipo
grossolano». E che a differenza di quelli contro il giudaismo o
l'islamismo, gli attacchi contro di essa sono quasi sempre approvati
o condonati. Nel Paese della libertà di religione, scrive Jenkins,
è lecito denigrare il cattolicesimo.

Come è nato questo libro?


«E' nato dalle ricerche per i miei libri
precedenti. Ho constatato che in America non c'è anticlericalismo
ma c'è anticattolicesimo. C'è sempre stato, dai primi immigrati
protestanti al movimento populista a quello razzista del Ku klux
klan. Non è questione di destra o di sinistra, si è manifestato
sia nell'una sia nell'altra a seconda dei tempi e delle circostanze».


Chi sono oggi gli anticattolici?



«Sono soprattutto gli intellettuali e i liberal.
Si dice addirittura che l'anticattolicesimo sia l'antisemitismo
dell'uomo colto. I demagoghi ce l'hanno con gli ebrei, gli uomini di
cultura con i cattolici. E' un paradosso perché la Chiesa cattolica
in America propugna le riforme sociali, il disarmo, la pace, cioè
molte delle loro cause».


C'è una spiegazione?


«Credo che sia la centralità dei problemi sessuali nella
società americana: il cattolicesimo è considerato antigay,
antifemminista, e così via. Nel libro io lo contesto, tanto che ho
intitolato polemicamente uno dei capitoli "La Chiesa odia le
donne" e un altro "La Chiesa uccide i gay". Ma le
accuse fanno presa sul pubblico».

Lo scandalo dei preti pedofili ha aggravato i
pregiudizi anticattolici?



«I pregiudizi lo hanno ingigantito. Il termine
preti pedofili è discriminatorio. Gli abusi sessuali nella Chiesa
cattolica non sono più frequenti che nelle altre chiese o tra gli
insegnanti delle scuole. Inoltre, di rado si tratta di pedofilia,
perché le vittime hanno raggiunto o superato la pubertà. Gli abusi
sono orrendi, sono crimini da punire e stroncare, non da
strumentalizzare».


L'anticattolicesimo ha influito sulle critiche
riguardo al rapporto fra Pio XII e il nazismo?



«A mio giudizio sì: è diventato un modo di
attaccare la Chiesa. Un esempio: la Chiesa si oppone all'uso di
certi contraccettivi per contenere l'aids. In reazione, i suoi
nemici accusano Giovanni Paolo II di comportarsi con l'Aids come Pio
XII con Hitler. Dicono testualmente: non fa nulla contro la versione
virale del Führer».


Non è un ritorno all'antipapismo?



«L'antipapismo è sempre parte
dell'anticattolicesimo. Il Papa a volte è una figura demoniaca per
la sinistra Usa. Io ricordo che anni fa si scoprì un complotto
islamico contro di lui e che i liberal se ne rallegrarono. Non è la
persona di Giovanni Paolo II, è l'istituto: il suo successore andrà
incontro alla stessa ostilità».


Lei parla di un nuovo anticattolicesimo: in
che senso è nuovo?



«Molti americani pensarono che
l'anticattolicesimo fosse finito con l'elezione del primo presidente
cattolico, John Kennedy. Si sbagliavano. E' stato rinfocolato da
problemi come l'aborto, dai dissensi interni della Chiesa e dal suo
ritardo nel combattere il pregiudizio. Solo l'anno scorso la chiesa
ha formato un gruppo per i diritti civili».

E' possibile che l'anticattolicesimo scompaia?



«E' difficile, come lo è che scompaia
l'antisemitismo. La differenza è che l'antisemita in America viene
subito denunciato e zittito. Temo che l'anticattolicesimo sia così
radicato da rappresentare l'opposto di ciò che l'America si
considera in un dato momento. L'America cambia spesso idea: se si
ritiene progressista, dipinge il cattolicesimo come conservatore, e
viceversa».


Ma l'America non si rende conto che il
cattolicesimo è una forza globale?



«In America conta solo ciò che è americano. La
chiesa cattolica è la più grande ma è una delle tante chiese del
Paese, ed è oberata da stereotipi tipo "Inquisizione".
Non scordiamo che tra i motivi della rivoluzione del 1776 ci fu la
tolleranza degli inglesi per i cattolici. Qui la religione viene
vissuta in modo combattivo se non settario. Persino la politica
assume connotati religiosi. E' molto diverso che in Europa».


Non è un pericolo per il principio della
separazione tra stato e chiesa?



«Può diventarlo. Attualmente è un fattore che
pesa sugli affari internazionali. Gli americani vedono la Palestina
meno favorevolmente degli europei, perché prendono la Bibbia molto
sul serio, si sentono vicini a Israele. Gli europei giudicano il
presidente Bush un fanatico religioso ma gli americani si
identificano in lui. Rispettano Joe Lieberman, un candidato
democratico alla Casa Bianca, perché è rigido nelle sue
convinzioni di ebreo ortodosso».


Ne «La nuova cristianità», lei ha scritto
che essa troverà un terreno più fertile negli Usa che in Europa,
perché?



«L'immigrazione in Europa sarà soprattutto
musulmana, in America soprattutto latino americana e asiatica.
L'aspetto del cattolicesimo americano muterà: sarà più etnico. E
uno dei cambiamenti maggiori riguarderà la Vergine: adesso in
America la sua figura è secondaria, ma diverrà centrale».


© Corriere della sera - 27 Maggio 2003

Fonte: http://www.kattoliko.it/leggendanera/chiesa/caretto_jenkins.htm






23.4.05

Em defesa das galinhas - Antônio Carlos Santini

Em defesa das galinhas

Antônio Carlos Santini



Antigamente, os teólogos falavam de Deus. E falavam com Deus! Hoje, falam de águias e galinhas...
Pior: desfazem das pobres galinhas, acusadas de rasteiras, materialistas e cooptadas pelo poder, ao mesmo tempo que elogiam as águias até as nuvens, apontando as aves de rapina como ideal do comportamento humano. Cruz credo!
Temo por nossos jovens. A primeira vista, a imagem da águia poderia ajudá-los a olhar para cima, convidando a nova geração a "voar alto" em busca de grandes ideais, superando barreiras. Mas um olhar mais atento para a história da humanidade há de mostrar que a águia sempre foi o símbolo do poder imperial, do roubo e da violência. Ora, todo mundo sabe que a águia é simplesmente um predador!
Não é necessário ser nenhum especialista em heráldica para lembrar que as legiões romanas espalharam o terror pelo entorno do Mar Mediterrâneo, erguendo bem alto os estandartes das águias romanas. Em pleno absolutismo, praticamente todas as casas reais adotaram a mesma figura ameaçadora em seus brasões, desde a honorífica Águia Branca da Polônia até a Águia Negra da Prússia. Mais recentemente, quando as botas nazistas esmagaram a Europa, as bandeiras negras tremulavam ao vento, juntando a cruz gamada e a águia sedenta de sangue.
Voltando ao próprio bicho, simbolismos à parte, a águia é um animal solitário, desgarrado da realidade, absolutamente inútil para a humanidade. Grande desportista, companheira dos adeptos da asa-delta, apenas interrompe seu vôo altaneiro para mergulhar sobre suas presas: os cordeirinhos inermes, as canoras cotovias, as franguinhas distraídas.
Já a galinha, laboriosa e produtiva, merece nossa admiração. Se a galinha não tem nada para fazer, cisca. E, ciscando, deixa o quintal absolutamente limpo, impecável, livre de vermes e insetos. Até os escorpiões são definitivamente eliminados do terreiro se as galinhas vivem por lá.
E tem mais: como esquecer as simpáticas leghorns que meu pai alimentava com milho dourado, recebendo em troca, por nove meses a fio, um ovo diário, sadio e vitaminado? Ou aquelas corpulentas new-hampshire que a Vovó Xandoca criava na estação ferroviária de Costa Pinto, e corriam em direção às mancheias de milho, bicando até os artelhos de sua dona? Além dos ovos, as galinhas forneciam as penas para nossas petecas infantis. Quando ficavam cansadas de sua faina produtiva, acabavam na panela, para gáudio geral. E nós, os pirralhos, ainda nos divertíamos com o "jogo" (aquele ossinho em forma de "Y"), que permitia uma espécie de aposta entre os irmãos com suas tretas e mutretas.
Dizem que as águias são capazes de empurrar seus filhotes no vazio do espaço, lá dos píncaros enfumaçados onde fazem seus ninhos, forçando os pequenitos a voar... ou morrer. Que diferença das galinhas! Mães exemplares, tão logo os pintinhos famintos bicam a casca do ovo e saem à luz, lá estão as mães-galinhas a circular por todos os quadrantes, buscando alimento para os filhotes. E experimente o leitor estender a mão na direção de sua prole: verá uma galinha ruça, de pescoço eriçado, voar em sua direção com bicos e esporas, movida pelo mais terrível instinto maternal!
Aliás - meus tristes teólogos - Jesus Cristo jamais se comparou às águias. Mas fez questão, o Mestre de Nazaré, humilde e manso, de comparar-se exatamente às galinhas da Palestina: "Jerusalém, Jerusalém, quantas vezes eu quis reunir os teus filhos como uma galinha reúne seus pintinhos sob as asas, e vós não quisestes!" (Mt 23, 37.)
Nesta nova geopolítica dominada pelos "duros", isto é, pelos "falcões", já chega de mitificar os poderosos, os que fabricam mísseis intercontinentais e bombas inteligentes! É hora de valorizar a gente pequena, ocupada com pequenas coisas, como as enfermeiras que cuidam dos doentes, as serventes que alimentam os velhinhos do asilo, as mamães que amamentam seus filhos.
Fora com as águias! Sejamos galinhas!


Fonte: O Lutador, 11 a 20 de fevereiro de 2004.

Padre John McCloskey (Opus Dei)

Entrevista: padre John McCloskey
A Igreja não vai mudar


por José Eduardo Barella




O padre americano, famoso por converter protestantes, diz que o legado conservador de João Paulo II vai perdurar por mais quatro décadas

O padre John McCloskey, de 48 anos, não canta, não dança nem arrasta multidões para suas missas, mas está virando uma versão americana do padre Marcelo Rossi. Membro da Opus Dei, organização ultraconservadora ligada à Igreja Católica que atua de forma quase secreta, McCloskey ganhou notoriedade por ter convertido ao catolicismo membros influentes da elite política americana, tradicional reduto de protestantes. Entre as novas aquisições para o rebanho católico estão um senador republicano e dois jornalistas muito conhecidos. Presença constante em programas de TV, McCloskey também chama a atenção por sua trajetória. Economista, ele abandonou um emprego promissor em Wall Street para se ordenar padre, em 1981. McCloskey é um conservador no que diz respeito à missão e aos dogmas da Igreja Católica. Condena a atuação política de padres, elogia o pontificado de João Paulo II e assegura que a Igreja Católica nunca vai abandonar a condenação do controle de natalidade, do divórcio e do homossexualismo. McCloskey falou a VEJA, por telefone, de Washington.

Veja – Por que um protestante abriria mão de sua religião para se converter ao catolicismo?
McCloskey – Porque é crescente o número de protestantes que compartilham os valores morais da Igreja Católica. São cristãos que acreditam na Bíblia, nos dez mandamentos e têm laços pessoais com Jesus Cristo. Se muitos protestantes e evangélicos simpatizam hoje com a Igreja Católica, isso se deve basicamente ao papa João Paulo II. Ao longo de seu pontificado, João Paulo II insistiu na defesa dos valores da Igreja Católica, o que inclui a condenação do aborto, do divórcio e do controle de natalidade.

Veja – As posições conservadoras da Igreja costumam ser citadas como fatores que afastam o fiel do catolicismo. Por que o senhor acredita que o fenômeno inverso ocorra nos Estados Unidos?
McCloskey – É um fenômeno interessante. Muitos católicos que não conheciam a própria fé deixaram a Igreja e se tornaram evangélicos. Ao mesmo tempo, evangélicos mais esclarecidos fizeram o caminho inverso, como um senador americano e centenas de pastores protestantes. Eles sentiram-se atraídos pela antiguidade da fé católica, com seus 2.000 anos de história. A Igreja Católica tem sacerdotes, o papa, a tradição dos grandes santos, a arte, a cultura, a literatura. Enfim, tem uma carga que não se vê em outras religiões. Os protestantes são cristãos. Mas compartilham apenas uma parte da verdade, de acordo com o ponto de vista dos católicos.

Veja – O senhor concorda que boa parte dos católicos discorda da posição oficial da Igreja em assuntos como controle de natalidade e divórcio?
McCloskey – A posição do papa sobre divórcio, aborto, controle de natalidade não pode mudar, pois está ligada ao que é a Igreja Católica. A Igreja propõe a verdade a seus fiéis, não impõe. Se alguém não quiser pertencer à Igreja, está livre para sair. Note que a Igreja Católica não é uma democracia. É uma instituição divina que não pode ser questionada. Ao ser criada, tinha apenas doze apóstolos. Hoje chega a 1 bilhão de fiéis – e isso sem que precisasse mudar suas opiniões, baseadas na ressurreição divina e na palavra de Jesus Cristo. Concordo com a tese de que é preferível ter um rebanho menor de católicos, mas fiéis aos princípios e às normas da Igreja, a mudar as regras apenas para arregimentar mais seguidores.

Veja – É mais difícil converter um ateu ou alguém que já tem uma religião?
McCloskey – Converter o ateu, sem dúvida. Mas cada um tem sua própria história e sobretudo uma graça que o impele a buscar o catolicismo. É o caso de um médico conhecido por praticar abortos, que era ateu e foi convertido. Há também casos de judeus que ajudei a converter. Mas todos eles sabem que a conversão exige sacrifícios em muitos sentidos. Alguns fizeram a opção em questão de meses. Outros levaram anos. Não há uma receita pronta, é uma questão de graça e de boa vontade da pessoa que está se convertendo à fé católica.

Veja – O senhor causou muita polêmica ao qualificar de "protestantes" as correntes dentro da Igreja Católica que discordam das determinações do Vaticano. O que o senhor quis dizer com isso?
McCloskey – Nos Estados Unidos, mais do que em outros países, há um grande número de pessoas que se dizem católicas, mas não concordam com os ensinamentos doutrinários e morais da Igreja. Isso me parece confuso. A definição de um protestante, desde a Reforma, tem sido a mesma: é aquele que é cristão, mas não está de acordo com certos ensinamentos da Igreja Católica. As principais divergências se dão em relação a temas como o divórcio, o aborto, a homossexualidade e a ordenação de mulheres. Não se trata de estar de acordo ou não com esses temas – trata-se de uma questão de fé. Se você acredita na Igreja Católica, tem de se entregar totalmente às causas defendidas pela Igreja. A tendência nos próximos anos é de que desapareçam essas pessoas que se dizem católicas, mas na prática não o são.

Veja – É possível ser um católico não-praticante, ou isso é uma contradição?
McCloskey – Sempre existiram na Igreja os católicos não-praticantes, que são aqueles que não estão cumprindo as leis morais que norteiam a Igreja. Ou seja, culpam a Igreja, mas não culpam a si mesmos. A Igreja sempre foi formada de pecadores. Sempre há a possibilidade de você confessar seus pecados e voltar à Igreja. Mas sempre me pareceu uma contradição essa pretensão de ser católico sem acreditar no que a Igreja ensina.

Veja – O que o senhor diria ao pai de uma criança que foi abusada sexualmente por um padre?
McCloskey – Diria que isso é uma vergonha, um crime, algo que não pode acontecer nunca. Certamente ofereceria minha solidariedade, pois é um dos piores crimes que um sacerdote pode cometer. Não há desculpa que justifique isso.

Veja – O que o senhor acha da atitude da Igreja, que, em lugar de expulsar, tentou proteger os sacerdotes pedófilos?
McCloskey – Penso que os bispos agiram de boa-fé. Eles estavam seguindo conselhos dos médicos que acreditavam que seria possível tratar os padres que molestaram menores. Hoje, ficou claro que essa atitude foi um grave erro de julgamento pelo qual as vítimas, os bispos e toda a Igreja Católica americana pagaram um alto preço. Mas estou pensando no futuro, não no passado. O mais importante é estabelecer regras claras para que crimes como esses não mais ocorram. Acho que os padres envolvidos nesse escândalo deverão ser punidos pelas leis da Igreja. Quanto à Justiça civil, não há o que especular. Ninguém está acima da lei, e alguns padres já estão cumprindo pena atrás das grades.

Veja – As pesquisas mostram que a maioria dos católicos americanos acredita que os padres deveriam ter o direito de casar-se. Qual sua opinião sobre o celibato?
McCloskey – Acho difícil uma mudança no celibato, tradição que remonta aos apóstolos e que a maioria dos sacerdotes ainda apóia. Os que defendem o fim do celibato são grupos pequenos e barulhentos, que se dizem católicos liberais. Estão se aproveitando desse momento de crise na Igreja para tentar impor suas idéias. Talvez seja o último grito antes da morte, pois boa parte desses ativistas tem mais de 70 anos. Nos últimos 35 anos, eles têm esperado mudanças profundas na Igreja, e tudo continua igual. Nada mudou, e nada vai mudar. Os sacerdotes jovens, em sua maioria, apóiam a manutenção do celibato. Vale lembrar que todos os padres assumem um compromisso ao optar pela vida religiosa. Acho perda de tempo discutir a possibilidade de mudar essa regra, pois isso não vai ocorrer. O celibato é um símbolo de devoção a Jesus Cristo.

Veja – Por que há tantos casos de pedofilia no clero católico?
McCloskey – Não há muitos casos. Desde 1964, menos de 2% dos 40.000 sacerdotes envolveram-se nesse tipo de crime. De qualquer forma, os escândalos geraram a pior crise na história da Igreja Católica nos Estados Unidos. Trata-se de uma boa oportunidade para realizar mudanças importantes. Em primeiro lugar, é imprescindível uma ampla reforma nos seminários. Ou seja, melhorar a seleção, a formação e o treinamento dos futuros sacerdotes. Eles precisam demonstrar completa lealdade aos ensinamentos da Igreja, principalmente no que se refere à sexualidade e ao matrimônio. Com isso, haveria uma diminuição dos casos de pedofilia e do êxodo de padres que deixam o sacerdócio para se casar.

Veja – Isso é suficiente para consertar os estragos causados pelos escândalos?
McCloskey – Há outros desafios para a Igreja Católica americana. Mais da metade dos católicos daqui têm origem hispânica. Precisamos assegurar que eles, em sua maioria imigrantes, continuem fiéis à Igreja Católica. Isso suscita uma questão fundamental: é necessário aumentar o número de sacerdotes que falam espanhol nos Estados Unidos. Isso deveria ser um requisito básico para os padres, principalmente os jovens. Só os filhos ou os netos dos imigrantes vão conseguir falar fluentemente o inglês.

Veja – O senhor costuma repetir que a Igreja Católica só será revitalizada se retornar às raízes. O que significa isso?
McCloskey – Significa manter estrita fidelidade aos ensinamentos doutrinários e morais da Igreja, que são perpétuos e necessários para a salvação. Esses ensinamentos são passados pelo clero, por meio de concílios e encíclicas, e são imutáveis. É preciso deixar claro que alguns temas estão fora de discussão, apesar da insistência de algumas pessoas em querer debatê-los. A Igreja nunca vai rever sua posição de temas como contracepção, aborto, divórcio ou a participação de mulheres no sacerdócio. Para ela, qualquer pessoa – homossexual ou heterossexual – não deve exercer sua sexualidade exceto dentro do casamento. Como um homossexual não pode casar-se, tem de se manter casto. Todo católico deve submissão ao que a Igreja propõe como necessário à salvação.

Veja – A Igreja Católica brasileira perdeu milhões de fiéis nos últimos anos para seitas evangélicas. Por quê?
McCloskey – O que ocorreu no Brasil é muito semelhante a um fenômeno registrado nos Estados Unidos. Muita gente abandonou a Igreja, mas não perdeu a fé. A maioria passou a ter um laço mais pessoal com Jesus, lendo a Bíblia. Não tenho elementos para analisar o que aconteceu no Brasil, mas acredito que a migração de católicos para as seitas evangélicas não deverá prosseguir pelos próximos anos. A história da Igreja Católica é repleta de altos e baixos. Na época da Reforma, houve grande perda de rebanho. Mas, logo depois, surgiu um novo período de acolhimento de milhões de novos fiéis. Talvez esse movimento em relação às seitas evangélicas seja resultado da falta de investimento na evangelização. É algo que podemos recuperar no futuro.

Veja – Muitos sacerdotes brasileiros consideram a ação social mais importante que a missão mística. Qual missão deveria prevalecer?
McCloskey – O mais importante é pregar o Evangelho e prover os sacramentos aos fiéis. Ou seja, o clero não deve interferir em assuntos políticos. Sou a favor de justiça social, mas quem deve se mobilizar são os leigos, que, para isso, contam com a formação cristã e os ensinamentos da Igreja. Aqui nos Estados Unidos não existe esse tipo de conflito, pois o clero católico não se envolve em política. Isso é coisa do passado. O clero existe para servir aos fiéis, e não para governá-los.

Veja – O senhor acha uma boa estratégia promover o catolicismo com música e shows, como faz o padre Marcelo Rossi?
Existem muitos meios modernos de atrair mais pessoas para a fé católica. Se o padre que recorre a eles é obediente a seu bispo e está levando a palavra de Cristo e os ensinamentos da Igreja de maneira correta, não vejo nenhum problema.

Veja – O pontificado de João Paulo II está chegando ao fim. Qual o balanço que o senhor faz de sua atuação?
McCloskey – João Paulo II foi o papa mais importante dos últimos cinco séculos. Durante todo seu pontificado, ele olhou para o futuro. É um homem de grande visão. Vale lembrar que, quando chegar o momento do conclave para escolher seu substituto, todos os cardeais presentes terão sido escolhidos por João Paulo II. Por isso, sua influência para o futuro da Igreja está assegurada por mais três ou quatro décadas, no mínimo.

Veja – A herança de João Paulo II será uma Igreja mais conservadora?
McCloskey – Não. Acho que João Paulo II fez um pontificado progressista. Ele é um reformador, que fez inovações em 24 anos de pontificado que nenhum outro papa poderia sequer imaginar. Realizou quase 100 viagens internacionais, usou com maestria o poder dos meios de comunicação, deu ênfase ao papel das mulheres na Igreja e foi o papa que mais canonizou santos. Isso para não falar na forma como organizou a Cúria. João Paulo II é um homem aberto. Não se esqueça de que a Igreja é, em sua essência, conservadora. Ela existe para preservar, é o depósito da fé. Sua missão é conservar esse legado e transmiti-lo aos fiéis. João Paulo II refere-se ao papa Paulo VI, considerado liberal, como seu pai espiritual – e se você analisar as encíclicas de Paulo VI não encontrará nada de liberal.

Veja – Qual o perfil ideal do próximo papa, em sua opinião?
McCloskey – Ele deve dar prosseguimento ao pontificado de João Paulo II. O ideal seria se conseguisse reunir a experiência pastoral e o conhecimento intelectual do atual papa. Seja quem for, deverá enfrentar os desafios da globalização da economia e os problemas dela decorrentes. Há também o desafio da atividade missionária. Ele deverá pensar em levar a Igreja Católica a países como China e Índia, que mal conhecem a palavra de Jesus Cristo, apesar de abrigar, somados, um terço da população mundial. Não me surpreenderia se o próximo papa fosse brasileiro ou africano. Seria natural, por causa do crescimento do catolicismo na África e da importância da Igreja na América do Sul.


Fonte: Veja edição de 16 de outubro de 2002.

Papa Bento XVI - El Pontífice que sacrificó su vocación



El Pontífice que sacrificó su vocación
VITTORIO MESSORI
(http://www.vittoriomessori.it/)


Espero que se me perdone la emoción con la que escribo. Lo hago en caliente, con la televisión, teléfono y móvil apagados, inmediatamente después de haberme enterado que he sido coautor de un libro con el Pontífice difunto y de otro con el que acaba de ser elegido.Algo que me parece demasiado para alguien que, hace años abandonó Milán, para vivir tranquilamente en el lago de Garda, que va sólo de vez en cuando a Roma y, todavía menos, al Vaticano, y a quien en vez de ocuparse de la actualidad eclesial, lo que realmente le gusta es divulgar la historia de la Iglesia y la exégesis bíblica. Y sin embargo, no sé muy bien cómo, pero también eso lo viví: la invitación a comer en Castelgandolfo, el descubrimiento de que Juan Pablo II leía mis libros (desde el primero Hipótesis sobre Jesús, que quiso hacer traducir al polaco) y que, después, me planteó la pregunta, que me puso en crisis y que me hizo dudar: «¿Por qué no me hace algunas preguntas?». Así nació aquel libro en el que las respuestas del Papa -lo único que cuenta en la obra- me conmovieron, pensando que las había escrito todas a mano, en polaco, al final de sus fatigadoras jornadas. Sólo después descubrí que, entre los motivos por los que el Papa Wojtyla había querido concederme tanta confianza era por el hecho de que el cardenal Joseph Ratzinger le había confiado que había quedado muy satisfecho del trabajo que habíamos hecho juntos. Fue en el verano de 1984. Hacía menos de tres años que el cardenal bávaro había sido nombrado por Juan Pablo II Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, antes Santo Oficio. Ratzinger me interesaba mucho. La fe y laortodoxia parecían estar en peligro por la tribulación posconciliar de la Iglesia pero, en el inicio de esa tempestad, él, joven teólogo, había tenidoun papel como consultor del ala progresista del Episcopado alemán. Los Ratzinger, Küng, Schillebeckx y otros teólogos alemanes, holandeses y franceses habían fundado Concilium, la revista de la contestación más radical, porque era la más «científica», hecha no sólo de eslóganes sino de estudios profundos. Y sin embargo, unos años después, Ratzinger no sólo es cardenal, sino incluso se sentaba en el palacio romano que había sido de los Grandes Inquisidores. «No he cambiado yo, han cambiado ellos», me respondió cuando, entre las primeras preguntas, inquiría sobre esta reconversión a la tradición. Quería decir que se había dado cuenta de que aquella teología que había compartido, más que profundizar en la fe, predicaba la ruptura, la discontinuidad y presentaba el Vaticano II como el Concilio Ecuménico número 21 de la Iglesia, sino como un nuevo inicio que exigía tabla rasa. Mientras en el caso del papa Wojtyla, la iniciativa para el libro-entrevista fue suya, en el caso del cardenal Ratzinger fui yo el que, a través de amigos comunes, le hice llegar la petición. Una iniciativa que hacía sonreír a los expertos en temas eclesiásticos que sabían que, durante siglos, el Santo Oficio, se había caracterizado por el secreto más riguroso (fue precisamente Ratzinger el que abrió a los estudiosos esos archivos que habían estado siempre cerrados) y, por lo tanto, juzgaban una tontería mi proposición. Y sin embargo, lo improbable se produjo. Un par de días antes del mes de agosto de 1984, aparcaba mi coche en el parking del bello seminario deBressanone que, durante el verano, ofrecía una económica estancia a sacerdotes y a familias católicas sin demasiadas pretensiones. Entre esos veraneantes, un sacerdote de rostro intenso y de modales aristocráticos, a pesar de sus orígenes de hijo de pequeños burgueses, con el pelo ya blanco, un cuerpo diminuto y un modesto clergyman sin distintivo alguno. El cardenal prefecto pasaba allí, desde hacía años, sus dos semanas de vacaciones anuales. De esos pocos días, tres había decidido reservármelos. Nos veíamos por la mañana y conversábamos hasta la hora de comer, delante de la grabadora. De esos coloquios nació aquel Informe sobre la fe que no sólo fue un clamoroso best-seller en una veintena de lenguas, sino que, además provocó tales reacciones, que el año de su aparición suele indicarse ya en los manuales como el final de la fase caótica del posconcilio. Más que decir nada sobre su pensamiento, me gustaría hablar del hombre Ratzinger. La leyenda le ha convertido en el cardenal-panzer, en un inhumano fanático de la ortodoxia, en un verdadero heredero de los Grandes Inquisidores. El Ratzinger de la realidad, no del mito, es uno de los hombres más sencillos, comprensivos, cordiales e, incluso tímidos, que haya conocido. Podría decir de él lo mismo que testimonié recientemente en el proceso de beatificación de monseñor Alvaro del Portillo, el prelado del Opus Dei, que fue el primer sucesor del santo Escrivá de Balaguer: «Un sacerdote con el cual, tras unas horas de coloquio, te daban ganas de dejar la pluma y el cuaderno, para confiarte a él e, incluso, confesarte con él». Con Ratzinger no me confesé, pero lo haría con mucho gusto. Era ciertamente un hombre austero, una especial austeridad que se reservaba para él mismo y no pretendía para los demás. Un hombre, además, con un fino sentido del humor, siempre dispuesto a sonreír. Recuerdo que, una tarde, en la mesa, tras un premio que le había sido concedido, quiso conocer por mi boca algunas de las bromas que sobre él circulaban en las parroquias. Le referí algunas y realmente vi que se divertía. Por lo demás, habría que preguntarse qué queda de la leyenda de inquisidor, si se hace un balance de sus 24 años como Prefecto de la Fe, descubriendo que la medida mas grave adoptada contra un teólogo de la liberación (la que le ocasionó una oleada de críticas) fue el café al que invitó, en su oficina, a Leonardo Boff y la disposición de que interrumpiese, durante un año, el río de entrevistas, declaraciones y manifestaciones que hacía. Del palacio de la plaza del Santo Oficio salió el control de la doctrina, pero nunca los rayos del anatema. En realidad, por amor a la Iglesia, Joseph Ratzinger hizo el mejor de los sacrificios: la renuncia a su auténtica vocación, la de estudioso de la Teología y la de profesor. Siempre le disgustó tener que llamar la atención a su colegas. ¿Por qué eligió el nombre de Benedicto y no el de Juan Pablo III? Porque Pablo VI proclamó a San Benito de Nursia patrón de Europa. Por lo tanto, la elección de su nombre es una forma de subrayar cuáles son las raíces cristianas de la Europa que la Constitución de la Unión no quiso reconocer. Falta espacio y tiempo para vislumbrar lo que significará el Papado de Benedicto XVI . Una sola cosa en la que creo no equivocarme: su Papado nos traerá una intervención drástica sobre la liturgia para volver a darle estabilidad y sacralidad. En cualquier caso, el Espíritu Santo sabe lo que hace. Y por lo tanto, sabrá inspirar lo mejor al nuevo pastor de la Iglesia.

Vittorio Messori es coautor junto al cardenal Joseph Ratzinger del libro'Informe sobre la Fe', y analista del 'Corriere della Sera'.

G. K. Chesterton - Conhecendo a Idade Média


Infelizmente Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) não é tão conhecido no Brasil como deveria. Excelente ensaísta, celébre jornalista e pensador inglês. Suas obras mais conhecidas são "Heréticos", "Ortodoxia", "O Homem que foi quinta-feira", "São Francisco de Assis" e "São Tomás de Aquino". Eis uma amostra de seu delicioso estilo.

CONHECENDO A IDADE MÉDIA

É bastante natural que os homens prósperos de nosso tempo desconheçam mesmo história. Se a conhecessem, conheceriam a muito pouco edificante história de como se tornaram prósperos. É bastante natural, digo, que eles não saibam história: Mas por que eles pensam que sabem? Eis aqui uma opinião tirada a esmo de um livro escrito por um dos mais cultos dentre nossos jovens críticos, uma opinião muito bem escrita e de todo confiável em seu próprio tema, que é um tema moderno. Diz o escritor: “Existiu pouco avanço social ou político na Idade Média” até a Reforma e a Renascença. Ora, eu poderia tão propriamente quanto dizer que houve pouco avanço nas ciências e invenções no século dezenove até a vinda de William Morris: e então me desculpar dizendo que não estou pessoalmente interessado em máquinas de fiar ou águas-vivas — o que certamente é o caso. Pois isto é tudo o que o escritor realmente quis dizer: ele quis dizer que não está pessoalmente interessado em Arautos ou Abades com mitras. Tudo isto está bem; Mas por que, ao escrever sobre algo que não teria existido na Idade Média, deveria ele dogmatizar sobre uma história que ele evidentemente não conhece? No entanto, esta pode tornar-se uma história muito interessante.
Pouco antes da Conquista Normanda, países como o nosso eram o pó de um ainda débil feudalismo, continuamente jogado nas voragens por bárbaros — bárbaros que jamais montaram um cavalo. Dificilmente existia uma casa de tijolos ou pedras na Inglaterra. Raramente se encontrava estradas, exceto sendas batidas; praticamente não existia nenhuma lei exceto os costumes locais. Esta era a Idade das Trevas da qual surgiu a Idade Média. Tome a Idade Média duzentos anos depois da Conquista Normanda e quase outro tanto antes do início da Reforma. As grandes cidades surgiram; os burgueses são privilegiados e importantes; o trabalho foi organizado em livres e responsáveis uniões de trabalho; os Parlamentos são poderosos e disputam com os príncipes; a escravidão quase inteiramente desapareceu; as grandes Universidades estão abertas e ensinam com o programa de educação que Huxley tanto admirou; Repúblicas tão orgulhosas e cívicas como as dos pagãos erguem-se como estátuas de mármore ao longo do Mediterrâneo; e por todo o Norte homens construíram Igrejas tais, que os homens talvez nunca mais igualem. E isso, cuja porção essencial foi feita em apenas um século, é o que o crítico chama “pouco avanço social ou político”. Dificilmente há alguma importante instituição sob a qual ele vive, da Universidade que o treinou ao Parlamento que o governa, que não fez seus principais avanços naquele tempo.
Se alguém pensa que escrevo isso de pedantice, espero mostrar-lhe em um momento que tenho um objetivo mais humilde e prático. Eu quero considerar a natureza da ignorância, e começo dizendo que, em todo sentido erudito e acadêmico, eu próprio sou muito ignorante. Assim como dizemos de um homem como Lord Brougham que seu conhecimento geral é grande, eu diria que minha ignorância geral é grande. Mas este é exatamente o ponto. É um conhecimento geral e uma ignorância geral. Eu sei pouca história: mas eu conheço um pouco de quase toda história. Eu não sei muito sobre Martinho Lutero e sua Reforma, por exemplo; mas sei que ela fez uma tremenda diferença. Ora, não saber que o rápido progresso dos séculos doze e treze fez uma grande diferença é tão extraordinário como nunca ter ouvido falar de Martinho Lutero. Eu não sou muito bem informado sobre Budistas; mas sei que Budistas se interessam por filosofia. Acredite, não saber que os Budistas se interessam por filosofia não é mais impressionante que não saber que os medievais se interessavam por progresso político ou experimentos. Não sei muito sobre Frederico, o Grande. Assustava-me em minha infância a coleção de volumes de Carlyle sobre o assunto: parecia existir lá um monte de coisas para conhecer. Mas, apesar dos meus receios, eu seria capaz de adivinhar com alguma probabilidade o tipo de substância que tais volumes conteriam. Eu arriscaria (e não incorretamente, acredito) que os volumes conteriam a palavra “Prússia” em um ou mais lugares; que se falaria sobre guerra de tempos em tempos; que alguma menção poderia ser feita a tratados e fronteiras; que a palavra “Silesia” poderia ser encontrada numa procura diligente, assim como os nomes de Maria Teresa e Voltaire; que em algum lugar em todos aqueles volumes, seu grande autor iria dizer se Frederico o Grande tinha um pai, se chegou a casar-se, se possuía grandes amigos, se tinha algum hobby ou qualquer tipo de gosto literário, se morreu no campo de batalha ou em sua cama, e assim por diante. Se eu tivesse reunido coragem para abrir um destes volumes, provavelmente teria encontrado algo ao menos nestas linhas gerais.
Agora troque a imagem; e conceba um jovem comum, jornalista bem educado ou homem de letras de uma escola pública ou faculdade quando pára em frente de uma coleção ainda maior de livros ainda maiores das bibliotecas da Idade Média — digamos, todos os volumes de Sto. Tomás de Aquino. Eu digo que, de nove chances em dez, aquele jovem bem-educado não sabe o que irá encontrar naqueles volumes em capa de couro. Ele pensa que iria encontrar discussões sobre a capacidade dos anjos de se equilibrarem em agulhas; e assim ele iria. Mas eu digo que ele não sabe que iria encontrar um Escolástico discutindo quase todas as coisas que Herbert Spencer discutiu: política, sociologia, formas de governo, monarquia, liberdade, anarquia, propriedade, comunismo, e todas as noções várias que estão em nosso tempo brigando pelo tempo do “Socialismo”. Ou, por outra, eu não sei muito sobre Maomé ou Maometismo. Eu não levo o Alcorão para a cama comigo toda noite. Mas, se eu o fizesse em alguma noite em especial, em pelo menos um sentido posso alegar saber o que não deve se encontrar lá. Eu entendo que não devo encontrar uma obra repleta de fortes encorajamentos ao culto de ídolos; que os louvores do politeísmo não serão sonoramente cantados; que o caráter de Maomé não será submetido a nada similar a ódio e derrisão; e que a grande doutrina moderna da irrelevância da religião não será desnecessariamente enfatizada. Mas troque novamente a imagem; e imagine o homem modero (o infeliz homem moderno) que levou um volume de teologia medieval para a cama. Ele esperaria encontrar um pessimismo que não está ali, um fatalismo que não está ali, um amor ao barbaresco que não está ali, um desprezo da razão que não está ali. Deixemo-lo tentar. Faria a ele uma de duas boas coisas: ou o faria dormir — ou o faria acordar.
Autor: G.K. Chesterton
Fonte: Illustrated London News, 15 de Novembro de 1913